Nostalgia
Siempre pensé que regresar a casa
sería diferente. Tenía la idea de que cuando volviese siendo mayor lo haría
como una persona de éxito, que la gente que hubiese permanecido allí alabaría
mi éxito y reconocería que, aquel niño con pájaros en la cabeza se había convertido
en un hombre admirable.
Era una forma de pensar, pero
quizá el hecho de dar por sentado que sería así me ha impedido darme cuenta de
que las cosas no salen solas. La rutina y la idea del mañana te atrapan antes
de que te des cuenta y cuando vuelves a tu ciudad y afrontas la realidad eres
consciente del tiempo perdido y, con él, de la muerte de las fantasías de
juventud.
No es que mi vida esté vacía o
carente de emociones, pero es cierto que, conforme voy cumpliendo años, soy más
consciente de que, el día que falte, no habré dejado mucho detrás. Si exceptuamos
todo lo material que no valdrá de nada, ¿qué legado habré transmitido? ¿Se
acordará alguien de mí cuando hayan transcurrido 20 años desde mi
fallecimiento?
Hay personas a las que todas
estas preguntas les dan igual, la mayoría me atrevería a decir, pero para mí,
que ya desde pequeño me había imaginado como alguien importante, suponen la
diferencia entre mi ayer y mi mañana.
Todos estos pensamientos me
inundan nada más llegar a la estación de tren más cercana a casa de mis padres.
No es que nunca me hubiese formulado estas preguntas, pero el ruido del
televisor, la pantalla del móvil y la indiferencia las habían relegado a la
parte más profunda de mi cabeza, a esa parte a la que solo se puede acceder
cuando tienes un momento contigo mismo, en silencio.
Me cuesta reconocer los
alrededores de la estación, faltan comercios, muchos locales vacíos o
convertidos en viviendas. Me atrevería a decir que incluso los ruidos son diferentes.
Imagino que el tiempo pasa para todos y que al hacernos mayores tendemos a ver
los cambios como algo negativo. ¿Será porque nosotros mismos no queremos
cambiar? ¿Nos conformamos con una vida plana en la que poder identificar fácilmente
momentos concretos?
Hace demasiado tiempo que no
paseo por estas calles. Quizá 15 años. El hecho de irme a vivir fuera y que
siempre hayan sido mis padres los que han venido a mi casa en las ocasiones en
las que nos hemos reunido hace que me sienta como si hubiese viajado en el
tiempo, pero a una dimensión alternativa.
No tardo mucho en llegar a casa
de mis padres donde veo al portero de siempre. Un hombre que ya estaba cuando
era niño y al que no le quedará mucho para jubilarse. Toda una vida en el portal,
pero ¿no nos encontramos todos igual? Ya sea en un portal, una oficina o un
almacén.
Yo mismo llevo 20 años en la
misma empresa. Todo un logro para hoy en día. ¿O no? ¿Es un logro aguantar 20
años en el mismo sitio? La visión del portero me hace plantearme estas
preguntas. Me saluda y se interesa por mi salud. A pesar de no verme en 15 años
todavía se acuerda de mí. Y, a pesar de todo ¿quién se acordará de él cuando se
vaya? ¿Quién se acordará de mí?
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