martes, 19 de diciembre de 2023

Ecos de la batalla




La sangre todavía gotea de su cuerpo inerte. Lo que hubiese en su interior y que le otorgaba la vida hace tiempo que ha abandonado la prisión de sus huesos. La sensación de paz domina la escena a pesar de lo sangriento y violento de su disposición. Un leve soplo de brisa acaricia las hojas del árbol que cubre nuestros cuerpos. A mí me protegen en parte de la fina lluvia que ha comenzado a caer, a mi enemigo le resulta irrelevante el golpear de las gotas en su carcasa ausente.

Hace apenas una hora ambos cuerpos se encontraban llenos de vida, de una esencia imposible de ver y cuantificar que animaba sus miembros llevándoles a la batalla. Una batalla que solo podía acabar de una manera, hacía uno u otro lado, pero cuyo final era predecible. Una hora después de entrechocar los aceros el resultado es evidente, no por ello menos impactante.

Ambos hombres se dirigieron al punto marcado para iniciar al combate siendo conscientes de lo que suponía encaminar sus pasos a aquel lugar, y lo hicieron sin miedo, sabiendo que la muerte era el único resultado posible. Para el vencedor la muerte no ha desaparecido, ni siquiera se ha escondido, solamente se ha pospuesto, retrasado un número indeterminado de días o años.

¿Siempre tiene que ser así? Una continua batalla sin fin que no deja más que sangre y dolor, que acaba con los más veteranos dejando entrar a los jóvenes en el mismo círculo infinito. La muerte llega a ser la mejor salida, la única salida. La forma de romper la cadena, de evitar una vida de sufrimiento producto de heridas mal curadas, de miembros mutilados, de marcas exteriores e interiores.

Finalmente, la gloria se descubre como un invento de juventud, algo sobre lo que cantan los poetas que nada tiene que ver con la realidad de la batalla. La gloria solo la alcanzan los muertos, ¿y qué gloría es esa sino puedes disfrutarla en vida? ¿Cuándo la muerte se volvió más relevante que la vida?

Con estos pensamientos en mente el joven guerrero medita frente a su enemigo caído, sin llegar a conclusiones validas o que apacigüen su espíritu inquieto. Así sucederá combate tras combate, si tiene la suerte o mala suerte de no caer, de ser olvidado por los vivos y pasar a engrosar las infinitas huestes de los que abandonaron este mundo.

Tardaran un tiempo en darse cuenta de que está vivo pues la confrontación principal tiene lugar a cierta distancia de esa posición. Si ha llegado hasta allí es debido a que su grupo se lanzó en persecución de una pequeña falange enemiga que emprendía la huida antes de tiempo. La huida siempre se produce antes de tiempo. Porque la verdadera huida es la batalla, es probar el filo de la espada en la propia carne, es cerrar los ojos a la violencia y el sinsentido.

Con el tiempo la tímida lluvia que parecía que no iba a cesar coge fuerza y se transforma en un imparable torrente que limpia toda la sangre dejando solo los cuerpos insepultos. Yoshikage se levanta y comienza su camino de retorno al campamento, solo, pues sus compañeros cayeron junto a su enemigo. El sendero es largo a pie, pero no le importa. La lluvia refresca su piel y visibiliza sus heridas, pero las más profundas no pueden verse.

Cuando llegue al campamento deberá acallar la voz interior que le hace reflexionar sobre el sentido de lo que ha vivido. No hay lugar para la duda, para cuestionarse cosas que siempre han sido así y siempre deberán permanecer de la misma forma. Dará parte de lo sucedido y alabarán su valor y su fuerza, quizá ascienda en la cadena de mando. Un movimiento hacia arriba significa tener menos oportunidades de salir del ciclo, a pesar de volverse más visible.

Mañana todo volverá a ser como era, los muertos serán enterrado, no todos, tropas de refuerzo pueden llegar y una nueva batalla se vislumbrará en el horizonte, y tras esta vendrá otra y otra y otra. Aunque llegue el día sin batallas no durará porque es la naturaleza del hombre tomar lo que desea e imponer su dominio sobre otros. Tal vez todo termine cuando no haya nada por lo que luchar, o nadie con quien combatir. Quizá cuando los árboles pierdan todas sus hojas y caiga el último pétalo.