AYER Y HOY
1
Echo de menos los veranos en el campo. Me falta sentir el cálido abrazo del viento mientras observo impasible cómo discurre el tiempo. Echo de menos sentir como el mundo avanza mientras yo me detengo. Esos momentos de relajación, de contemplación, de no hacer nada porque no hay nada que hacer, sólo esperar aquello que nunca llegará.
Echo de menos esos veranos en los que huíamos de la ciudad, en que volvíamos a casa de mis abuelos y jugábamos en libertad durante un mes entero. Desde que tengo memoria todos los veranos eran iguales, pero no nos importaba, al revés, siempre nos ilusionaba la perspectiva de volver, de reencontrarnos con la misma naturaleza que nos enamoró desde el principio. Mis hermanos y yo corríamos por el campo, infatigables, llenos de ilusión y aire fresco, como tiernos infantes que no saben lo que les depara el futuro ni les importa.
Año tras año repetíamos los mismos juegos, con escasas variantes. Incluso tras la muerte de los abuelos continuábamos yendo todos los veranos con mis padres y mis tíos.