LA MUSICA
Rafael
siempre ha sido un muchacho especial. Cuando va por la calle puede
escuchar la música, cosa que lo demás no parecen percibir. Solo
parecen oír ruidos aislados, gritos y voces que se confunden. No
consiguen sentir el ritmo, la melodía.
Incluso
le miraban extrañados cuando les hablaba de la música. Su madre le
llevó a un especialista pero no funciono, solo podía oír una
canción desafinada, sin ritmo. Sus padres estaban muy preocupados,
pero él no podía entender por qué. ¿Acaso no era mejor escuchar
la música que vivir en un perpetuo silencio inundado de ruidos?.
Un
día, mientras caminaba por el centro de la ciudad sintió una
melodía especial, diferente a todos las que había escuchado antes.
Cuando se giró para comprobar su procedencia no consiguió encontrar
la fuente.
Lo
dejó pasar cuando, al día siguiente, cerca del mismo lugar volvió
a escucharla. Esta vez al girarse si vio la fuente. Una chica
subiendo al autobús era la compositora de tan hermosa canción. No
le dio tiempo a reaccionar cuando el bus se fue.
Un
día más pasó y Rafael fue sobre la misma hora a la parada. Solo
conseguía escuchar las melodías tristes y repetitivas de siempre
cuando, de golpe, la música cambió. Allí estaba ella esperando el
bus mientras componía con elegancia la música que hacía que el
corazón de Rafael se acelerase. Tan ensimismado estaba que no se dio
cuenta de que la canción se había apagado llevándose el origen
sobre ruedas.
Hipnotizado
por aquellos acordes y decidido a escuchar la obra completa, Rafael
decidió coger el bus una parada antes y no bajarse hasta que no lo
hiciera ella. Así estuvo en el bus en el momento de llegar a la
parada justa. Se abrieron las puertas y el eco de su música comenzó
a percibirse, hasta que se elevó tanto que la tuvo al lado.
Por
un instante percibió un cambio en el ritmo, en las notas. Le estaba
mirando a los ojos. Hablaron sin decirse nada durante todo el
trayecto y, en la última parada, se bajaron juntos. Se pasaron toda
la tarde escuchando sus canciones.
Continuaron
viéndose todos los días, escuchando y hablando únicamente con su
música. No necesitaban nada más. ¿Cómo alguien podía emitir
semejante melodía? Se preguntaba Rafael. La mayoría de la gente
estropeaba sus canciones con palabras dichas a destiempo o con voces
discordantes. No era el caso de ella. Su incapacidad para articular
palabras desde el nacimiento, su aislamiento de toda comunicación
acústica le habían permitido desarrollar la más hermosa forma de
comunicación, y, para Rafael, era todo lo que necesitaba. Era lo
que llevaba esperando toda su vida.
(Esta historia forma parte del libro Pequeñas historias, relatos y pensamientos que se puede comprar a través de Amazon en el siguiente enlace)
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