lunes, 20 de agosto de 2018

Riij y Tem: Primera parte




Hay historias que no están destinadas a ser contadas. Historias que permanecen ocultas durante tanto tiempo que nadie de los que estuvo involucrado en la creación de las mismas permanece con vida para certificar su veracidad.

Esta es una de ellas. Una historia que estuvo escondida en un cajón durante más tiempo del que nadie puede recordar y que, por casualidad, fue encontrada por el nuevo ocupante de una vieja mansión.

La historia tiene lugar en un región conocida como Kanta, que a día de hoy no ha podido ser identificada como ninguna conocida por el hombre y que, por los datos aportados en la misma, bien podría ubicarse en la frontera de Europa y Asia en un tiempo oscuro en el que los límites no estaban claros.

Los protagonistas son dos niños que sin querer se vieron envueltos en un viaje que les llevó a recorrer toda la región y enfrentar varios peligros; uno de los cuales le costó la vida a uno de ellos.
Durante mucho tiempo la historia quedó incompleta debido a que varios trozos de los pergaminos originales se encontraban dañados o quemados. Gracias a la labor de un grupo de restauradores se consiguió completar varios episodios de la misma dando lugar a un versión bastante aproximada a la que tuvo que tener el relato original. Aun así hay ciertos pasajes que pueden no comprenderse en su totalidad.


Estudiosos de hoy en día han llegado a la conclusión de que el narrador de la historia fue un juglar que llegó a conocer la misma por boca de varias fuentes. Es, por tanto, más un relato basado en la tradición oral que escrita. Sin embargo, la versión que está a punto de leer fue transcrita por un monje y permaneció en un convento durante muchos años. Cómo llegó a parar a aquel cajón de aquella mansión siglos más tarde es un enigma que no se ha logrado descifrar.

La traducción ha sido realizada por varios lingüistas expertos en lenguas eslavas consiguiendo una aproximación en castellano lo más fiel posible al texto original.

A continuación podéis leer la obra tal y como es posible encontrarla hoy día:

1

Cuando todo parecía perdido ahí estaba él dispuesto a echarle una mano. Rij siempre había cuidado de su hermano y aquel día no iba a permitir una excepción. Incluso cuando se trataba de algo tan trivial como el juego del escondite, Rij no dejaba que su hermano sobrepasase los limites del condado ni que se adentrase en lo que algunos lugareños llamaban “los lugares oscuros”.

En aquella ocasión, Tem había estado cerca de caer al río que separaba su condado de una de las entradas a los lugares oscuros, pero Rij le había atrapado por el brazo en el último momento. Rij era un muchacho fuerte para su corta edad. En comparación con Tem mucho más fuerte, lo que hacía que siempre le estuviera protegiendo, ya fuese de los abusones del condado o de peligros más mundanos.

El juego del escondite no podía continuar tras el incidente por lo que emprendieron el camino de vuelta a casa. Ciertamente, casa es una forma curiosa de referirse al lugar en el que vivían pues no se parecía en nada a un hogar. Al ser huérfanos desde hacía unos dos años se habían visto obligados a vivir en un establo gestionado por un anciano y su mujer. El anciano les permitía pasar allí la noche y les daba algo de comer porque los muchachos ayudaban con varias tareas como la alimentación de los animales y la recogida de lo que aquel hombre sembraba en un campo cercano de su propiedad.

El establo se encontraba varios kilómetros a las afueras de la ciudad, pero dentro de los limites del condado por lo que los derechos de propiedad le pertenecían al hombre que trabajase las tierras, al contrario que lo que sucedía con todos aquellos que hacían lo propio en las inmediaciones de la ciudad, terrenos que pertenecían al señor del condado en calidad de señor feudal.

Rij y Tem no iban mucho por la ciudad, alguna escapada ocasional si el anciano necesitaba traer algo que le costaba mucho transportar o alguna vez por curiosidad. La ciudad les llamaba mucho la atención. Habiéndose criado en un ambiente rural no estaban habituados a ver tanta gente junta, tanto ruido y movimiento. Les gustaba corretear por las callejuelas e intercambiar historias con algunos niños.

Ese día, al volver a su casa, no encontraron al anciano y su mujer como siempre a esas horas. Buscaron por todas partes, pero no consiguieron encontrarlos. Fue entonces cuando se percataron de que algunos animales estaban alterados y se dirigieron al establo donde comprobaron que los ancianos habían sido asesinados y sus cuerpos arrojados a las porquerizas. La visión de sus cadaveres les trastornó; más a Tem por ser el más pequeño, pero no dispusieron de tiempo para reaccionar porque un hombre a caballo posó su mirada sobre ellos y alertó a un compañero cercano. Sin duda debía de tratarse de la gente que asesinó a los ancianos y en ese momento se disponían a hacer lo mismo con los niños, testigos inoportunos del crimen.

Tem era incapaz de reaccionar, pero su hermano fue lo suficientemente rápido y espabilado para agarrarle de la mano y echar a correr por el interior del establo hasta la casa principal donde sus perseguidores se verían obligados a seguirlos a pié. Abandonaron la casa por una puerta auxiliar y se dirigieron lo más rápido que pudieron en dirección al bosque. Si conseguían llegar antes que sus perseguidores serían capaces de perderles entre la maraña de arboles que allí había. Los dos hombres, una vez vieron que los pequeños corrían en dirección al bosque, volvieron a por sus monturas para poder recortar lo máximo posible la distancia entre ellos. En poco tiempo se encontraron a escasos metros, pero entonces una loma permitió a los hermanos dejarse caer rodando durante muchos metros consiguiendo el tiempo suficiente para volver a ganar metros con sus perseguidores. Estos se vieron obligados a dejar sus monturas y bajaron más cautelosamente que los niños. Las protecciones y armas que llevaban no les permitían dejarse caer tan libremente sin dañarse en el proceso.

Cuando llegaron abajo los niños les llevaban mucha ventaja, pero los hombres tenían las piernas más rápidas y más aguante que ellos. En poco tiempo serían capaces de recortar la distancia. El bosque se divisaba no muy lejano, pero antes quedaba un último problema que sortear. El río por el que antes casi cayó Tem separaba a los infantes de su ruta de escape. En el punto en el que se encontraban no había ninguna forma segura de pasar. El puente más cercano se encontraba a unos pocos kilómetros de aquel punto. Pensando en cómo iban a sortear ese inconveniente los hombres estaban a punto de alcanzarles. Sin pensárselo mucho más Rij le dijo a su hermano que confiase en él y se internaron en las aguas. La corriente era muy fuerte y enseguida arrastró a los niños llevándolos corriente abajo. Los hombres que les perseguían no conseguirían cogerles allí, pero tampoco pensaban en que podrían salir con vida del río por lo que volvieron a sus monturas y regresaron por donde habían venido dándoles por muertos.






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