Hay
historias que no están destinadas a ser contadas. Historias que
permanecen ocultas durante tanto tiempo que nadie de los que estuvo
involucrado en la creación de las mismas permanece con vida para
certificar su veracidad.
Esta
es una de ellas. Una historia que estuvo escondida en un cajón
durante más tiempo del que nadie puede recordar y que, por
casualidad, fue encontrada por el nuevo ocupante de una vieja
mansión.
La
historia tiene lugar en un región conocida como Kanta, que a día de
hoy no ha podido ser identificada como ninguna conocida por el hombre
y que, por los datos aportados en la misma, bien podría ubicarse en
la frontera de Europa y Asia en un tiempo oscuro en el que los
límites no estaban claros.
Los
protagonistas son dos niños que sin querer se vieron envueltos en un
viaje que les llevó a recorrer toda la región y enfrentar varios
peligros; uno de los cuales le costó la vida a uno de ellos.
Durante
mucho tiempo la historia quedó incompleta debido a que varios trozos
de los pergaminos originales se encontraban dañados o quemados.
Gracias a la labor de un grupo de restauradores se consiguió
completar varios episodios de la misma dando lugar a un versión
bastante aproximada a la que tuvo que tener el relato original. Aun
así hay ciertos pasajes que pueden no comprenderse en su totalidad.
Estudiosos
de hoy en día han llegado a la conclusión de que el narrador de la
historia fue un juglar que llegó a conocer la misma por boca de
varias fuentes. Es, por tanto, más un relato basado en la tradición
oral que escrita. Sin embargo, la versión que está a punto de leer
fue transcrita por un monje y permaneció en un convento durante
muchos años. Cómo llegó a parar a aquel cajón de aquella mansión
siglos más tarde es un enigma que no se ha logrado descifrar.
La
traducción ha sido realizada por varios lingüistas expertos en
lenguas eslavas consiguiendo una aproximación en castellano lo más
fiel posible al texto original.
A
continuación podéis leer la obra tal y como es posible encontrarla
hoy día:
1
Cuando
todo parecía perdido ahí estaba él dispuesto a echarle una mano.
Rij siempre había cuidado de su hermano y aquel día no iba a
permitir una excepción. Incluso cuando se trataba de algo tan
trivial como el juego del escondite, Rij no dejaba que su hermano
sobrepasase los limites del condado ni que se adentrase en lo que
algunos lugareños llamaban “los lugares oscuros”.
En
aquella ocasión, Tem había estado cerca de caer al río que
separaba su condado de una de las entradas a los lugares oscuros,
pero Rij le había atrapado por el brazo en el último momento. Rij
era un muchacho fuerte para su corta edad. En comparación con Tem
mucho más fuerte, lo que hacía que siempre le estuviera
protegiendo, ya fuese de los abusones del condado o de peligros más
mundanos.
El
juego del escondite no podía continuar tras el incidente por lo que
emprendieron el camino de vuelta a casa. Ciertamente, casa es una
forma curiosa de referirse al lugar en el que vivían pues no se
parecía en nada a un hogar. Al ser huérfanos desde hacía unos dos
años se habían visto obligados a vivir en un establo gestionado por
un anciano y su mujer. El anciano les permitía pasar allí la noche
y les daba algo de comer porque los muchachos ayudaban con varias
tareas como la alimentación de los animales y la recogida de lo que
aquel hombre sembraba en un campo cercano de su propiedad.
El
establo se encontraba varios kilómetros a las afueras de la ciudad,
pero dentro de los limites del condado por lo que los derechos de
propiedad le pertenecían al hombre que trabajase las tierras, al
contrario que lo que sucedía con todos aquellos que hacían lo
propio en las inmediaciones de la ciudad, terrenos que pertenecían
al señor del condado en calidad de señor feudal.
Rij
y Tem no iban mucho por la ciudad, alguna escapada ocasional si el
anciano necesitaba traer algo que le costaba mucho transportar o
alguna vez por curiosidad. La ciudad les llamaba mucho la atención.
Habiéndose criado en un ambiente rural no estaban habituados a ver
tanta gente junta, tanto ruido y movimiento. Les gustaba corretear
por las callejuelas e intercambiar historias con algunos niños.
Ese
día, al volver a su casa, no encontraron al anciano y su mujer como
siempre a esas horas. Buscaron por todas partes, pero no consiguieron
encontrarlos. Fue entonces cuando se percataron de que algunos
animales estaban alterados y se dirigieron al establo donde
comprobaron que los ancianos habían sido asesinados y sus cuerpos
arrojados a las porquerizas. La visión de sus cadaveres les
trastornó; más a Tem por ser el más pequeño, pero no dispusieron
de tiempo para reaccionar porque un hombre a caballo posó su mirada
sobre ellos y alertó a un compañero cercano. Sin duda debía de
tratarse de la gente que asesinó a los ancianos y en ese momento se
disponían a hacer lo mismo con los niños, testigos inoportunos del
crimen.
Tem
era incapaz de reaccionar, pero su hermano fue lo suficientemente
rápido y espabilado para agarrarle de la mano y echar a correr por
el interior del establo hasta la casa principal donde sus
perseguidores se verían obligados a seguirlos a pié. Abandonaron la
casa por una puerta auxiliar y se dirigieron lo más rápido que
pudieron en dirección al bosque. Si conseguían llegar antes que sus
perseguidores serían capaces de perderles entre la maraña de
arboles que allí había. Los dos hombres, una vez vieron que los
pequeños corrían en dirección al bosque, volvieron a por sus
monturas para poder recortar lo máximo posible la distancia entre
ellos. En poco tiempo se encontraron a escasos metros, pero entonces
una loma permitió a los hermanos dejarse caer rodando durante muchos
metros consiguiendo el tiempo suficiente para volver a ganar metros
con sus perseguidores. Estos se vieron obligados a dejar sus monturas
y bajaron más cautelosamente que los niños. Las protecciones y
armas que llevaban no les permitían dejarse caer tan libremente sin
dañarse en el proceso.
Cuando
llegaron abajo los niños les llevaban mucha ventaja, pero los
hombres tenían las piernas más rápidas y más aguante que ellos.
En poco tiempo serían capaces de recortar la distancia. El bosque se
divisaba no muy lejano, pero antes quedaba un último problema que
sortear. El río por el que antes casi cayó Tem separaba a los
infantes de su ruta de escape. En el punto en el que se encontraban
no había ninguna forma segura de pasar. El puente más cercano se
encontraba a unos pocos kilómetros de aquel punto. Pensando en cómo
iban a sortear ese inconveniente los hombres estaban a punto de
alcanzarles. Sin pensárselo mucho más Rij le dijo a su hermano que
confiase en él y se internaron en las aguas. La corriente era muy
fuerte y enseguida arrastró a los niños llevándolos corriente
abajo. Los hombres que les perseguían no conseguirían cogerles
allí, pero tampoco pensaban en que podrían salir con vida del río
por lo que volvieron a sus monturas y regresaron por donde habían
venido dándoles por muertos.
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