Llega el momento de dejar de
escribir y empezar a actuar, de desapegarse de lo material y pasajero y
reflexionar y gozar de cada momento, pues cada momento es único.
Llega el momento de parar, de
dejar de correr pensando que estamos avanzando cuando estamos andando en círculos.
De comenzar a andar despacio, de frente, con paso lento y decidido.
Llega el momento de sentir, de reír,
de disfrutar de lo que de verdad necesitamos, el momento en que no nos importa
perder; el tiempo, lo material, lo superficial.
Llega el momento en el que
rompemos definitivamente con todo lo que arrastramos y que no nos deja avanzar,
de todo lo que hemos seguido haciendo y experimentando cuando pensábamos que
habíamos llegado a ese momento con anterioridad pero solo estábamos prolongando
un momento anterior.
Llega el momento en el que nos
damos cuenta de que solo con la mente en blanco podemos escribir de nuevo, no
es posible hacerlo en un cuaderno lleno de anotaciones ni tampoco en un post-it
que acabará en cualquier papelera.
Llega el momento de no saber nada
y descubrirlo todo, en que lo que pensábamos no importa, da igual si era
correcto o incorrecto porque será nuevo para nosotros otra vez.
Cuando eres capaz de hacer el
mayor de los sacrificios es cuando realmente llega el momento. Por muchos
momentos decisivos que planteemos en nuestra vida, si no vienen acompañados de
un sacrificio son tan inútiles como hablar al viento, como escribir en bolsas
de basura.
Lo que realmente queremos suele
ser una cosa, dos a lo sumo, lo único en lo que tenemos que centrarnos, lo único
que conseguirá que al final del camino no existan arrepentimientos, olvidos o
lagrimas. Lo único que necesitamos para ser felices, para mirar y ver, para oír
y escuchar, para leer y pensar.
Nada de lo que parece importarnos
puede importarnos de nuevo como anteriormente ni ocupar un lugar de privilegio
en nuestras vidas, nada de lo que hicimos puede constituir el pilar central de
nuestra existencia pues deben ser más las cosas por hacer que las ya
realizadas.
Solo siento que el tiempo se
acorta, el final está siempre más cerca de lo que nos gustaría y no podemos
permitirnos perderlo con asuntos superfluos e innecesarios.
Cuando escuchas tus propios
pensamientos, cuando lees en un cielo estrellado, cuando la luna te sonríe y el
sonido más placentero ahoga los ruidos cotidianos es cuando la vida cobra
sentido, cuando el tiempo se detiene y la paz llega a tu interior, cuando todo
menos esa cosa o par de cosas verdaderamente importantes te sobran y cuando ves
que, el día en el que finalmente se acabe, todo habrá tenido sentido.