jueves, 29 de agosto de 2019

El mundo




EL MUNDO



Había una vez un lugar donde todo era posible, en el que los deseos se hacían realidad y las fantasías cobraban vida. Era un lugar donde no existía el dolor, en el que solo se podía ser feliz. El problema era que nadie sabía dónde estaba aquel lugar o qué dirección tomar para encontrarlo.

Oían hablar de él a los viajeros que pasaban por su pueblo. Contaban historias de transportes de fantasía, de jardines infinitos y de lagos y océanos que bañaban sus costas. Blancos y brillantes edificios, animales extraños y gentes de todo tipo y color.

Maravillados ante tales relatos los habitantes del pueblo se reunieron en asamblea para enviar a uno de sus ciudadanos a buscar aquella tierra prometida. Se decidió enviar a uno de los jóvenes sabedores que tendría más posibilidades de conseguirlo.

El día de la partida todo el pueblo fue a despedirle y desearle suerte. Sin un triste mapa o brújula para guiarle, todo territorio inexplorado y desconocido.
Pasó el tiempo y en el pueblo no tenían noticias de él. Pasaron varios años y ninguna noticia llegaba a sus oídos acerca de su enviado. Preguntaban a todos los viajeros que por allí pasaban, pero nadie sabía nada, ni una triste noticia.

Con el tiempo su recuerdo se fue apagando como si nunca hubiera existido, como si nada hubiera pasado. Los más viejos del lugar dieron paso a los jóvenes en cuyas mentes aquel lugar mágico no existía, nunca lo había hecho.

Hasta que un día un viajero llegó al pueblo y se alojó en él. Por la noche en la taberna contó a todo aquel que quiso escucharle relatos de aquel lugar legendario. Les contó como de joven partió de un pueblo similar al de ellos, con miedo, con dudas, con multitud de incertidumbres e interrogantes, pero con la ilusión de alcanzar el paraíso, la tierra prometida por sus mayores, y vaya si la encontró.

Les habló de todo aquello que cuando era joven oía de los labios de los viajeros. Les habló de ciudades, de montañas, de océanos y bosques, de personas y animales, de estrellas y constelaciones. Les hablo del mundo. 

Aquella charla les inspiró tanto que les dio el coraje suficiente para emprender ellos mismos la aventura, abandonar el pueblo y ver mundo. En una semana medio pueblo partió sin saber si un día regresarían o de si querrían hacerlo llegado el momento.

No fue hasta que hubo transcurrido una semana de viaje cuando encontraron un pequeño túmulo con un nombre y una inscripción en él. Pudieron reconocer por el nombre que se trataba de aquel muchacho que hacía tantos años había abandonado su pueblo. Estaba fechado hacía cinco años, y en la inscripción se leía lo siguiente:



Fui y volví. Aquel lugar donde todo es posible existe, he vivido en él varios años, y volvía para contarlo, pero cuanto más me alejo del mundo y más me acerco al pueblo más viejo y cansado me encuentro. Es un error tener miedo. Si alguien lee esto es porque finalmente se ha atrevido a dar un paso adelante, porque sabía que la vida no podía ser solo lo que conocemos. No mires atrás, no hay camino de vuelta posible. El mundo es demasiado grande y maravilloso como para perdérnoslo.



(Esta historia forma parte del libro Pequeñas historias, relatos y pensamientos que se puede comprar a través de Amazon en el siguiente enlace)





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