viernes, 27 de octubre de 2017

La carpa de los recuerdos

LA CARPA DE LOS RECUERDOS



Guillermo era un chico muy triste. Con apenas ocho años había probado los sinsabores de la vida cuando sus padres fallecieron dos años antes. Desde entonces, el chico vivaz y alegre desapareció con ellos dando paso a un chico distinto, muy diferente a aquel que fue.
No se integraba en el colegio, no salía a jugar por las tardes ni celebraba sus cumpleaños. Por mucho que sus abuelos se esforzasen no conseguían arrancarle una sonrisa. Ni siquiera una palabra.
Todo cambió un día cuando su abuelo le llevó a la feria. Guillermo fue con desgana y, ni los caballitos ni los juegos consiguieron levantarle el ánimo hasta que llegó a una carpa misteriosa, donde, ataviado con una vara y un sombrero, un hombre alardeaba de tener la mejor atracción de todas.
Según él, quien entraba en su carpa podía ver las maravillas más grandes, los portentos más asombrosos, las visiones más alucinantes. Por solo dos euros cualquiera podía acceder a aquel país de las maravillas.

Bien porque Guillermo tenía necesidad de creerlo, o bien porque la cháchara de aquel hombre era tan convincente que resultaba muy difícil no sentirse atraído por ella, Guillermo tiró de la chaqueta de su abuelo para pedirle entrar en aquella carpa de ensueño.
Su abuelo, gratamente sorprendido ante la respuesta de su nieto, le compró un ticket. Con el billete en la mano, una vez el feriante lo picó, Guillermo atravesó la entrada sumergiéndose en la oscuridad del interior.
Sin poder ver nada, pero, extrañamente sin sentir tampoco miedo alguno, avanzó hasta que, de repente, una luz iluminó toda la carpa.
Ante él se desplegó una imagen que, no por haberla soñado noche si, noche también le sorprendió menos. Misteriosamente se encontraba en el salón de su casa, con sus padres y él mismo, sentados en la mesa celebrando la navidad.
La cara de Guillermo era un poema, en su rostro se dibujó una sonrisa tan grande que parecía que se iba a salir del mismo. Ante si la cena de navidad de hacía tres años, momento que Guillermo ya no recordaba tan bien como le gustaría.
No se atrevió a moverse ni a acercarse por si la visión se desvanecía ante sus ojos. De alguna manera sentía como si el tiempo no hubiese pasado, como si sus padres aún viviesen y que, al terminar la visión, estarían esperándole en el exterior de la carpa.
Cuando la magia terminó y salió solo pudo ver a su abuelo. No obstante la expectativa no cumplida, salió y siguió sonriendo y, su abuelo al verle, sonrió con él.
El camino de vuelta a casa fue muy diferente al de ida. Emocionado, Guillermo le contó a su abuelo lo que había visto, escuchándole este complacido.
Los días siguientes fueron también diferentes, Guillermo pareció recobrar su energía, su fuerza, su vida. Pasó una semana desde aquel mágico momento cuando le pidió a su abuelo ir de nuevo a la feria. Su abuelo no puso objeciones, al contrario, lo hizo más que dispuesto, todo fuese para que su nieto volviese a sonreír.
Al entrar de nuevo en la carpa la escena se repite, idéntica, sin errores. Guillermo revive aquel momento y, cuando sale, la felicidad no le ha abandonado. A pesar de que sus padres no están, a pesar de saber que no volverán, tiene la sensación de que están ahí con él y no solo cuando los puede ver en el interior de la carpa.
Todos los viernes repetía la misma rutina. Todos los viernes volvía a estar con sus padres. Así durante dos meses, hasta que, un día, la feria terminó. Allí solo quedaban las personas encargadas de la limpieza. Uno de ellos les indicó a Guillermo y a su abuelo que, con el final de la primavera, la feria se marchaba a otra ciudad y no volvería hasta el año siguiente.
Visiblemente decepcionado, regresó a casa con su abuelo. Este trató de animarle ,pero no lo consiguió. Al día siguiente, Guillermo cogió un calendario y comenzó a tachar los días. Cada día uno más, contando los que quedaban para la próxima primavera, para la próxima feria, para el próximo reencuentro con las personas que más quería.
El tiempo pasó, las estaciones se sucedieron y Guillermo vio crecer su ilusión día a día. Era un Guillermo diferente, no obstante no disfrutase cada viernes de la magia de la carpa. La espera, el saber que, por imposible que parezca sus padres están cerca de él, le ha convertido en un chico distinto, más parecido a aquel que existía antes de la muerte de sus padres.
Casi sin darse cuenta llega la primavera, y con ella, la feria. Guillermo y su abuelo se dirigen allí con toda la ilusión del mundo, compran un ticket y Guillermo entra para revivir las navidades de cuatro años antes.
Sin embargo, nada pasa. Se encienden las luces, si, pero ninguna imagen llena la habitación, ninguna cena de navidad, ningún recuerdo, nada. Espera pero nada sucede. Decepcionado, sale de la carpa y le pregunta al charlatán responsable de la misma:
—¿Por qué no he visto nada?
—Eso es porque ya no tienes necesidad de ello— le responde el hombre. –Cierra los ojos, ¿qué ves?— le pregunta a Guillermo.

Guillermo cierra los ojos y, sin esperarlo, aparece clara y nítida la misma escena del interior de la carpa, exactamente igual. Desde entonces cada vez que cierra los ojos es capaz de recrear aquella escena. No hay magia, no hay misterio, solamente las ganas de ver. Solamente el recuerdo.

(Esta historia forma parte del libro Pequeñas historias, relatos y pensamientos que se puede comprar a través de Amazon en el siguiente enlace)





No hay comentarios:

Publicar un comentario